LOS ÁNGELES DEL INFIERNO

Según mis cálculos deben de quedar unos 9 días de viaje. He oído rumores de que la etapa entre Olgii y Hovt es las más peleona del viaje. Apenas 200 kilómetros y necesitaré todo un día para recorrerlos. Me apetece como una patada en la espinilla.

Al salir de Olgii el paisaje es, una vez más, desértico. La carretera se bifurca continuamente, aunque todos los caminos parecen ir en la misma dirección. Da la impresión de que resultará fácil perderse. A lo lejos está el tendido eléctrico, extendiéndose hacia el este. En esa dirección sólo está Hovt, por lo que opto por seguir el cableado. A los pocos minutos encuentro un todo terreno con una rueda pinchada. Parece ir toda la familia dentro. No tiene bomba de aire, por lo que les presto la mía. En muestra de agradecimiento, una anciana me regala un trozo de queso reseco parecido al parmesano. No sabe precisamente bien, se queda pegado a los dientes y tardo un buen rato en poder tragarlo, pero después de lo vivido en los últimos días ya no estamos para caprichos.

Grandes lagos, estepa y pequeñas cordilleras con picos nevados. Los agujeros, las piedras, los arbustos y los bancos de arena me impiden avanzar a más de 30 km/hora. Mi habilidad para meterme en todos y cada uno de los agujeros no deja de sorprenderme. En un momento dado pierdo el tendido eléctrico. La carretera se difumina y me da la impresión de que por ese camino tan sólo han pasado antes un par de coches. En estas circunstancias estoy convencido de haberme perdido. Continuo durante algo más de una hora, pues no encuentro a nadie a quien pedir indicaciones. Finalmente, a lo lejos, un gher (cabaña de lona en la que viven los nómadas en Mongolia). Encuentro a un anciano, la mar de sonriente. Me hace gracia, pues le quedan tres dientes dispersos por la boca.

Me indica que ha perdido dos ovejas. Está encantado cuando las encontramos al lado del bólido, que he aparcado a tomar viento de su cabaña. Durante algo más de media hora tratamos de mantener una conversación. Tiene varios hijos y nietos, es de ascendencia kazaja y quiere cambiar su gorrito por mi casco. Una idea tentadora, pero poco práctica. Dada su decepción ante mi negativa, le consuelo con una chocolatina. Se la come como un gorrinillo salvaje. Me comenta que el chocolate es malo para sus dientes, pero que el caramelo es bueno. Ni se me pasa por la cabeza la posibilidad de tratar de sacarle de su error. Finalemente, para mi sorpresa, me indica que voy por buen camino. Abrazo, palmaditas y a correr.

El resto del día sólo ofrece más de lo mismo. Contra todo pronóstico, no hay galletas ni pinchazos. Tengo que estar tan concentrado en la carretera que apenas puedo disfrutar del paisaje. Me jode, y bastante. Pero San Cristóbal ya ha hecho mucho por mí como para que me la vaya jugando más de lo necesario...

Hovt es una pequeña ciudad en un valle. No hay más mosquitos porque no caben. Los muy cabrones vienen en masa a darme la bienvenida. Encuentro un hostal. Majadero borracho trata de jugármela, y eso que ni siquiera trabaja en el hostal. La encargada, más grande, gorda y con más cara de bestia que ninguna de las que haya encontrado antes (hecho francamente sorprendente...), no parece entender que quiero una habitación para dormir. Lo cierto es que yo tampoco entiendo nada de lo que dice, pero finalmente nos aclaramos.

Primera cena decente en varios días, que me jode un mamarracho que lleva al menos dos botellas de vodka de más. En un periodo de 30 minutos repite no menos de 40 veces la siguiente secuencia:
  • "Me, student first class English"
  • "Me no good English"
  • "No problem"
  • "JAJAJAJAJA"

Hasta los huevos de él, me levanto, le pego un moco en la camisa y me voy a la cama. Menudo cansino el tío cabrón.

El desayuno tampoco fue mucho mejor. Tres tipos me invitan a sentarme a su mesa. Acto seguido piden una botella de vodka. Insisto en que no bebo, pero ven en mi cara que miento. Acabo el desayuno bien calentito. La conversación se centra en nombrar jugadores de fútbol españoles. Uno de ellos se troncha cada vez que menciono a uno nuevo. Absurdo.

La distancia hasta Altay es de unos 400 kilómetros. Compro dos pequeñas garrafas para gasolina, pues sospecho que no tendré suficiente con la puesta. Un tipo del hotel me acompaña al mercado. De paso, me compra 20 botellitas de agua que no tengo sitio donde poner. Encuentro en una tienda una botella de sangría "made in Germany". Por un momento me siento como en casa.

Empaqueto como puedo y con una considerable moña sigo mi camino. Al poco tiempo de salir me doy cuenta de que he olvidado en el hostal el libro de mapas que compré en Smarkanda. Me aplaudo una vez más. El mapa de Mongolia apenas ocupaba media página, por lo que decido seguir sin él. Mucho más emocionante.

La distancia hasta Altay es larga y sin duda necesitaré un par de días en poder llegar. La idea de que el tramo entre Olgii y Hovt es la más jodida resulta ser absolutamente falsa. Sigue siendo un infierno. Pequeñas piedras afiladas miran amenazantes a los neumáticos. En algunos tramos la carretera está sobreelevada unos dos metros sobre el terreno. Voy pegado al borde de la carretera, donde hay menos ondulaciones. Una caída supondría romperme en mil cachitos.

Sigo con la permanente sensación de estar perdido. Hay un pequeño poblado a mitad de camino en el que tengo previsto pasar la noche. Llego antes de lo previsto, lo cual agradezco pues ha empezado a llover. Hay un pequeño grupo de hombres en la plaza del pueblo. Mala espina. Cocidos como piojos. Otra vez... No son particularmente amistosos. Finalmente logro encontrar un hostal. Hay una sola cama de unos cuatro metros de anchura que tendré que compartir con otros dos tipos que no me inspiran ninguna confianza. Lo cierto es que no me siento bien recibido. Al poco rato deja de llover y aún quedan un par de horas de sol. Anda y que los ondulen. Esta noche dormiré en la estepa. Sólo me queda una pequeña chocolatina y apenas tengo agua. Aunque esto ha dejado de ser un problema.

Al salir del poblado veo un montón de motos aparcadas a un lado. Junto ellos otro montón de mongoles sentados en corro. Auténticos Ángeles del Infierno en versión asiática. Están fascinados con el bólido. A mí no me hacen ni caso. Les ofrezco un cigarrillo y me devuelven el paquete con un sólo pitillo. Muy considerados...


Al carajo. Hoy no avanzo más. Me siento con ellos y paso a ser otro Ángel del Infierno. Cerveza caliente, al más puro estilo inglés. Al cabo de un rato, emotiva despedida. Tajado como voy, tardo media hora en montar la tienda de campaña. No queda nada...

4 comentarios:

Penteo dijo...

No sabes lo que me alegra cada día de monotono curro en esta oficina encontrar una entrada tuya y ver que sigues adelante.
¡Ánimo!

tolf dijo...

Eres un campeon tio, ya te queda menos!!! Llevo leyendo tus hazañas desde que empezaste!! ole tus huevos!!!

Unknown dijo...

Vamosssssssss que ya no queda nada!

Paquito dijo...

Enhorabuena: ¡Estás a punto de llegar! :-)

Tu valentía es alucinante: te felicito por ella...

Y como dice tolf, "olé tus huevos" porque chico, no hay otra forma de definirlo...

Un saludo,

Paquito.
http://paquito4ever.blogspot.com