OTRA PATALETA DEL BÓLIDO. SE ACERCA LA RECTA FINAL.

Sábado 1 de Septiembre. Con las tripas llenas de gachas y el culo en carne viva, el bólido y yo nos enfrenetamos a nuestra última etapa rusa. La cuidad en la que he pasado la noche parece llamarse Biysk. El objetivo del día anterior era Gorno Altaysk, a unos 550 kilómetros de Tashanta, pueblo fronterizo con Mongolia. Sin embargo, la resaca derivada de la descomunal cogorza que protagonicé con mi mecánico y sus amigos no me lo puso nada fácil... Por otra parte, los merluzos del Gengis Khar me habían informado días antes de que la frontera permanecería cerrada desde el sábado hasta el lunes por la mañana.

Así pues, con 650 kilómetros por delante tenía apenas 8 horas para llegar a Tashanta. Dadas las circunstancias el bólido y yo nos resignamos a pasar un romántico fin de semana en la frontera.

Siberia es sobrecogedora. Desproporcionadas cordilleras cuyos valles albergan serpenteantes ríos, vegetación frondosa y glaciares a lo lejos. Las verdes praderas están ocupadas por las vacas más feas que he visto en mi vida. Con sus morros aplastados parecen un cruce entre una frisona y un bulldog. No hace demasiado frío y las carreteras me lo ponen fácil.
Avanzamos sin problemas. Hasta que los problemas se presentan. Sin avisar. En algún lugar ubicado en medio de la nada escucho un golpe brusco al cambiar de marcha. Acelero, pero no hay respuesta. El bólido se para, pero el motor sigue en marcha. Otra pataleta...
Me huele mal. Pero que muy mal... Inicialmente sospecho que se ha fundido el embrague. Sin embargo, el evento en cuestión ha sucedido de golpe, asociado a un ruido brusco en el motor. No tiene sentido. Busco y rebusco, pero no entiendo nada. Miro hacia los lados y me tranquiliza la idea de que, por lo menos, marihuana no me va a faltar... Una vez más, recurro a Jose, siempre tan dispuesto a colaborar. Le despierto. Pero no me gruñe ni nada. No nos queda claro, aunque descartamos que sea el embrague. A pesar de sus indicaciones no soy capaz de localizar el problema.
Pasa un camión. Se detiene. No nos entendemos y nos mandamos mutuamente al carajo. Descompuesto y con cara de perro empujo al pobre bólido, viejo y achacoso, hacia el siguiente pueblo. No sé cuánto queda. Pero sospecho que no es poco. Tras recorrer apenas un kilómetro se me pasa por la cabeza empujar al bólido por un barranco. Previendo mis intenciones, éste pone cara de pena y me apiado. Estoy hasta los huevos...
En un arrebato de desesperación la arranco de nuevo. Trato de poner primera y para mi sorpresa, funciona!!! Una vez más, mis tres San Cristóbales, el Espíritu Santo y un par de kilos de suerte me han resuelto la papeleta. Sin más. Preocupado ante la posibilidad de que se repita la puñeta (tal y como van las cosas, no cabe esperar menos), avanzo lentamente y con sumo cuidado. Contra todo pronóstico, no se repite.

El resto del día transcurre sin más. El paisaje es espectacular. El sol parece cansado y no queda mucho para que decida ocultarse tras las montañas. Tashanta no está tan lejos. Una señal la sitúa a apenas 70 kilómetros. A estas horas la frontera está cerrada, pero hay que avanzar. En mi cabeza Tashanta es una ciudad grande, llena de comercios y comodidades. Pasados los 70 kilómetros alcanzo un pequeño pueblo. Debe de ser Tashanta. Hace un frío indecente y mi nariz gotea. No lo disfruto. En absoluto. Se ha hecho la noche. Y es la mar de oscura. Cuando estoy buscando un lugar para parar observo con cara de idiota un cartel: Tashanta 50 kilómetros. El bólido y yo no damos crédito. Fríos, enfadados y con cara de pocos amigos decidimos continuar con la idea de que Tashanta ofrecerá todo lujo de comodidades.

Nada más lejos de la verdad. Tashanta resulta ser un pueblo enano, sucio, con pequeñas casas de madera y no más de 200 habitantes. Buena jugada. No he comido desde el desayuno y las gachas no dan para tanto. Todo está cerrado. Hay una gasolinera. Me acerco para encontrar a un par de despojos, ciegos como cubas. Al cabo de un larguísimo rato les hago entender que busco un sitio para dormir. Aprovechan mi situación de desamparo para cobrarme por la información. Cabrones...

El hostal es una casita de madera, con unas 20 camas. Sólo una está ocupada. Las camas tienen un fino soporte de muelles y un colchón de pocos centímetros de espesor. Al acostarme el colchón se hunde hasta casi tocar el suelo. Tengo frío y hambre, pero el cansancio me hace olvidarlos. "Jesusito de mi vida..." y a dormir.

3 comentarios:

Paquito dijo...

Tremenda historia y tremendo el viaje que estás viviendo (es impresionante el coraje que tienes) PERO, pensando en positivo, piensa que de aquí al 2070 serás la estrella en todo grupo de más de 2 personas que se reuna cerca de ti y se pongan a contar anécdotas...

Ahí es cuando tu podrás decir aquello de "Bueno... En el 2007 a mi me pasaron UN PAR de cosas curiosas" ;-)))))

Un saludete y espero tu siguiente entrega como tu un sitio para dormir por aquellos lares :-)

Paquito.
http://paquito4ever.blogspot.com

administrador dijo...

Que mal que la moto esté dando problemas, aunque no es para menos con todo lo que ha soportado... cuando termines la travesía la puedes poner en eBay :-P

Unknown dijo...

Lo mas gracioso de todo, sin lugar a dudas el comentario de que sin dudas marihuana no te faltara, me parti de risa :D A seguir así campeón que ya va quedando menos!